Residencia Territorio, Sierra Nevada, Colombia, 2022

RESIDENCIA TERRITORIO
Sierra Nevada, Santa Marta, Colombia, 2022

PARRA-MAR

Llegamos a la finca de noche, y entramos por un bosque de palmeras hasta llegar a nuestras habitaciones al aire libre, que parecían sacadas de un libro de García Márquez. Tules cubrían las camas, y velas alumbraban todo el lugar. Había aterrizado con una maleta con ruedas, y tenía la sensación de que nada de lo que traía me servía. Estaba en el paraíso y no necesitaba nada. La primera noche dormí embriagada con los sonidos del mar, pájaros, grillos, y monos aulladores.

Al alba caminamos a la playa a ver el amanecer. Como en el Caribe el sol se pone muy temprano, funcionábamos con el sol.

 Luis Ángel nos hizo clases de geografía e historia de indígenas de la Sierra Nevada. Recorrimos la playa desierta custodiada por un bosque de palmeras hasta la desembocadura del Río Guachaca, que al amanecer producía un reflejo simétrico: parecía una gran prueba de Rorschach o un enorme reptil prehistórico recostado. Comimos cebiche de mango y papaya con patacones, sopa de carita con leche de coco, y sopa de remolacha color fucsia con suero y pepino. Tomamos Campari con jugo de toronja recién exprimida. En las noches leímos poesía en voz alta, mientras el mar rugía y las velas ardían.

Una noche un trabajador de la finca con dotes de ingeniero construyó una fogata escultórica e impresionante, que sirvió de escenario para una larga y bella tertulia en la playa. La última mañana en Parramar cada uno plantó una pequeña palma en la arena blanca a la entrada de la playa, en un rito bello y emotivo, donde todos prometimos volver a cuidar a nuestro retoño botánico.

PARRA-RIO

Para llegar a la segunda estación cruzamos el río Guachaca en canoa con todos nuestros enseres; comida, hamacas, morrales. Llegamos a una finca de construcciones individuales: habitaciones unidas por un largo corredor lleno de coloridas hamacas enfrentadas a una refrescante piscina donde nadaba una pequeña rana solitaria. Caminamos a la casa principal a través de un frondoso jardín tropical lleno de maravillas: Yarumos, palmas de iraca, guanábanas, plantaciones de piñas y heliconias, que para mí eran desconocidas y sirvieron de punto de partida para iniciar una nueva serie de trabajos. En la cocina, Claudia pelaba unas enormes y magnificas guanábanas que nos daba al desayuno con chocolate caliente y arepas con huevo. Edyson, descendiente de la etnia Wayuu; sonriente y conversador, nos hizo un recorrido botánico mientras recolectábamos especies. En un gran galpón logramos hacer monocopias de nuestros tesoros recolectados, con tinta negra sobre papel de algodón hecho a mano. Grimm, un bello pastor alemán, nos acompañaba tendido en el suelo, mientras los dueños de casa, María Eugenia y Luis Ángel observaban nuestra labor experimental. Ellos son una pareja atípica: cultos, sensibles, cariñosos y gozadores de la vida y de la maravilla natural que los rodea.

TECHO-ROJO

La ultima parte de nuestra aventura es digna de una novela de García Márquez. La mañana que empezaríamos nuestra escalada, como lo hizo Alexander Humboldt hacia la Sierra Nevada, María Eugenia organizó un maratónico embalaje de ropas de cama, tules, utensilios de cocina y comida, todo impecablemente envuelto dentro de “lulos” o maletas en forma de cápsulas que llevarían las mulas a cuesta. Ana María, Verónica, María Eugenia, Fernando y yo, caminamos lentamente en forma ascendente por un camino selvático con el río Guachaca siempre visible. “Techo-rojo” o la gran casa- cabaña que nos esperaba a un costado de una playa de arena blanca del río, fue una gran habitación común para todos y completamente abierta al territorio. Wilmer e Ismael armaron una secuencia de camas sacadas de un cuento de hadas, y dormimos al unísono bajo un concierto de sonidos de la naturaleza.

Esa tarde nadamos todos en el río hacia una playa paradisiaca, con Grimm, el pastor alemán nadador a nuestro lado. Fuimos bautizados en el río con “tutuma”, una vasija de origen vegetal, fruto del árbol totuma. En ese momento entendí el significado de “sentir” el territorio y su naturaleza.

Gracias Edyson, Claudia, Wilmer, Ismael, Arelis, Juan Antonio, Hermes, Miguel, Hermes Manuel, Tania, Nicole, Ana María, Marilú, Verónica y Fernando por haber sido parte de este maravilloso vínculo colectivo.

Muchas gracias María Eugenia y Luis Ángel por habernos hecho participes de su pequeño paraíso.

 

Ximena Velasco
Colombia, Enero 2022.